—Bueno, que… —Soltó una risita inevitable y casi me desesperé—。 Que es toda una experiencia.
Mi yo más curiosa, esa de dieciocho a?os que solo había estado con un chico en toda su vida y que era algo que recordaba como normal y no muy maravilloso, se quedó intrigada. ?Era toda una experiencia estar con el obstinado y apático Adrik? Eso significaba que había un Adrik oculto por ahí, uno que quizá solo salía cuando andaba con una chica…
No me pareció mala idea que Artie intentara algo de ese tipo. Estábamos tratando de fastidiarlos, ?no?
De repente, la puerta se abrió de manera abrupta y nuestra interesante conversación murió.
—??Son ustedes?! —nos preguntó una mujer en un tono exigente y chillón.
Artie y yo nos quedamos inmóviles. La desconocida entró y mi mente de inmediato la asoció con una caricatura. Era muy flaca y muy alta, de esas mujeres en las que todo era largo: el cuello, los dedos, las piernas e incluso la nariz. Tenía unos ojos peque?os, pero atentos y críticos. Su piel lucía un tono bronceado y el cabello rojizo le caía en una cascada bien peinada.
Nos ubicó y nos echó un largo vistazo de arriba abajo. Tuve ganas de cubrirme cualquier cosa que tuviera cerca.
—Por los cielos, las del a?o pasado eran más bonitas —opinó lanzando un resoplido.
Yo fruncí el ce?o. O sea, nos acababa de decir que éramos feas. Quise decirle a Artie: ?Sostén mi fealdad?, para luego hacer un gesto como las de ?Y dónde están las rubias? dispuestas a discutir.
—?Usted es la estilista? —le pregunté en respuesta a su comentario.
Ella me miró como si yo fuera un ser mal puesto en el mundo.
—Soy Francheska Vienna —se presentó. Me tragué una risa al escuchar el nombre. Como lo notó, a?adió—: Estilista personal y de confianza de las mujeres de la familia Cash desde hace muchísimos a?os.
—Bueno, nosotras somos Jude y Artie —le hice saber con una amabilidad fingida—。 Simples mortales bajo la protección de los hombres Cash desde hace, no lo sé, unas semanas.
La mujer soltó un ?ja? odioso y cínico.
—Los nombres son lo de menos. —Chasqueó los dedos y gritó hacia afuera—: ?Entren!
Una fila de mujeres entró en la habitación. Traían de todo: organizadores de maquillaje, sillas de salón, herramientas de peinar, carritos con fijadores de cabello, secadores, planchas y cajones que tenían dentro cosas que no sabía ni qué eran. La última chica arrastraba un enorme armario con ruedas del que colgaban los vestidos escogidos para la noche. Había tres en total, pero la chica de Aleixandre no estaba allí.
—Un momento, ?y la tercera chica? —preguntó Francheska, girando sobre sus pies como si la desconocida se le hubiera pegado al culo y tratara de encontrarla.
—Ni siquiera la conocemos —se atrevió a hablar Artie.
Francheska resopló.
—Entonces comenzaré con ustedes. Siéntense ya.
Artie y yo nos sentamos en las acolchadas sillas de salón. Nos miramos sin saber si reírnos o ponernos a temblar de miedo.
—Yo no quiero nada demasiado elaborado —avisé.
Francheska detuvo en seco su búsqueda de cepillos y peines, un tanto ofendida.
—Tengo órdenes de Aegan y esas son las únicas que cumpliré.
Genial, esta noche me vería como una payasa.
Decidí no contradecirla para no alargar el momento. Francheska empezó a tunearnos sin permitir que nos viéramos en ningún espejo. A ser sincera, pasaron tres segundos y ya quería levantarme. Sentía tirones en las cejas, sobre los labios y en la cabeza. No cesaron los comentarios sobre que mi cabello necesitaba una hidratación extrema.
Cuando entraron en los comentarios de que mi cara necesitaría la intervención de un cirujano, alcé las manos en se?al de ?basta?. Las mujeres se paralizaron, curiosas.
—Necesito aire unos minutos —dije, y utilicé un tono y una firmeza que habría usado Aegan. Tal vez por eso no me replicaron.
?Mi falso novio estaría orgulloso de mí!
Me levanté y salí de la habitación. Más que necesitar aire, lo que necesitaba era agua o alguna bebida, porque me moría de sed. Se me ocurrió coger algo de la cocina. Debían de tener muchas cosas preparadas, ?no? A lo mejor hasta pillaba algo de alcohol.