The Seven Year Slip(84)
—Por supuesto que lo es —respondí rápidamente, esperando que las palabras pudieran ser el bálsamo para el picor bajo mi piel—。 Quiero esto.
Los labios rojos de Rhonda esbozaron una sonrisa de satisfacción.
—Bien. No esperaba menos. Puede que Strauss quiera contratar a otro, pero hay dos personas en Strauss y Adder, y yo tengo tanto peso como él. Tú —continuó—, solo tienes que atrapar a James Ashton.
—Oh, ?eso es todo? —pregunté, tratando de no sonar demasiado asustada—。 Tan fácil como atrapar la luna.
—Ve por ellos —animó.
Volví a mi cubículo, donde había tan poca intimidad que ni siquiera podía gritar en mi almohada cervical de rosquilla que había metido debajo de mi escritorio durante días, cuando echaba siestas de gato en el almacén. Ya sabía que el sello y mi carrera dependían de la adquisición de James Ashton. No hacía falta que me lo recordara.
?Respira, Clementine?.
Si quería la carrera por la que había estado trabajando durante siete a?os, tenía que hacer esto.
Pase lo que pase.
Envié algunos correos electrónicos y seguí algunas entrevistas de podcast, y poco a poco mis ojos se desviaron hacia las acuarelas de paisajes que había pintado a?os atrás, colgadas en la pizarra de corcho junto a mi monitor. El puente de Brooklyn. El estanque de Central Park. La escalinata de la Acrópolis. Un tranquilo jardín de té en Osaka. Un muelle pesquero. Instantáneas de lugares en los que he estado y de la persona que era cuando los pinté.
Esa sensación de inquietud bajo mi piel volvió, más terrible que nunca.
El cuadro de una pared de glaciares tenía tonos morados y azules, del verano en que cumplí veintidós a?os —la Clementine de la época de Iwan—, recién salida de un desenga?o amoroso con su novio. Debería haberlo visto venir, pero no lo hice, y después fui un completo desastre. Me gradué y volví a casa de mis padres en Long Island, donde me encerré a pasar el verano mientras solicitaba trabajos de comisaria que no estaba segura de querer.
Mi novio y yo íbamos a hacer un viaje de mochileros por Europa, pero obviamente eso no ocurrió cuando me dejó y decidió aceptar un trabajo de tecnología en San Francisco, y estuve a punto de devolver el dinero de los billetes de avión… hasta que mi tía se enteró y se negó a que lo hiciera.
—Por supuesto que no —me dijo por teléfono. Estaba tumbada en la habitación de casa de mis padres, mirando al techo lleno de bandas de chicos de mi juventud. Todas mis cosas estaban en cajas en el pasillo, sacadas del apartamento de mi ex en un torbellino de veinticuatro horas—。 Vamos a hacer ese viaje.
Me incorporé, sobresaltada.
—?Vamos?
—?Tú y yo, querida!
—Pero yo no planeé que fuéramos. La mitad de los hoteles que he reservado tienen una cama y…
—La vida no siempre sale según lo planeado. El truco está en aprovechar cuando no es así —dijo con naturalidad—。 ?Y no me digas que no quieres dormir codo con codo con tu querida tía?
—No es eso lo que estoy diciendo, pero debes tener algo más que hacer. Ese viaje del que hablabas, el de Rapa Nui…
—?No! Puedo posponerlo. Vámonos de mochileras por Europa —dijo con decisión—。 Tú y yo… no lo hemos hecho desde que estabas en el instituto, ?recuerdas? Solo una última vez, por los viejos tiempos. Después de todo, solo se vive una vez.
Y quisiera o no decir que no, la tía Analea era el tipo de fuerza de la naturaleza que no me lo permitiría. Podría haberme inventado cualquier excusa, encontrado cualquier motivo para quedarme en casa y revolcarme en la autocompasión, y no habría importado. Mi tía apareció a la ma?ana siguiente con las maletas hechas, el abrigo azul que siempre reservaba para los viajes y unas grandes gafas de sol, un taxi esperando en la acera para llevarnos al aeropuerto. Su boca se torció en una sonrisa tan grande y peligrosa que sentí que la angustia se convertía en otra cosa: emoción. Un anhelo de algo nuevo.
—Vamos a la aventura, cari?o —declaró.
Y, oh, me di cuenta entonces de que tenía la sed de aventura sembrada hasta los huesos.
Echaba de menos a aquella chica, pero ahora la sentía volver, poco a poco, y ya no odiaba tanto la idea de algo nuevo. Cuanto más tiempo pasaba sentada aquí, en este peque?o cubículo, más empezaba a preguntarme para qué, exactamente, estaba trabajando.
Pensé que era la idea de Rhonda, una mujer rodeada de listas de superventas y galardones enmarcados, bastante feliz donde estaba, y me imaginé a mí misma en su silla naranja. Cómo sería yo. Tendría que poner todo mi empe?o en ello. Por muchas horas que yo trabajara, sabía que Rhonda trabajaba más. Se ponía a disposición de nuestros autores, de sus agentes, de su personal, en cada momento. Llevaba su trabajo como llevaba sus Louboutins. Para ser tan buena como yo quería ser, tendría que hacer eso también. Cambiaría mis zapatos planos por tacones, me compraría un juego de americanas, sería el tipo de persona que todos esperaban que fuera…