Si por mí hubiera sido, lo habría dejado morir de pulmonía, pero aún debía seguir representando el papel de novia enamorada, y una novia nunca abandona a su novio si está enfermo, claro que no.
Una sonrisa igual a la de la famosa escena del Grinch se desplegó en mis labios al mismo tiempo que la idea llegaba a mi mente:
A menos que esa novia enamorada se equivocara en la farmacia…
Solté una risita, me despedí de Lander y fui hacia la farmacia del campus. Entré, la puerta tintineó y me detuve frente al mostrador. La farmacéutica era una muchacha con tan solo un par de a?os más que yo, con el aspecto nervioso de un cachorrito que solo sabe temblar y ladrar.
—?Tienes laxantes en píldoras? —le pregunté con suma naturalidad.
—Sí —respondió, aunque algo dudosa.
Le dediqué una sonrisa amplia, alegre, feliz como la de un ni?o a punto de hacer su travesura más épica.
—Perfecto, me das una caja y otra de algún antigripal, por favor.
Cuando salí, me senté en uno de los bancos de las aceras e hice el cambio: metí las píldoras de laxantes en el bote de los antigripales. Estaba muy segura de que Aegan ni siquiera se molestaría en leer el nombre impreso detrás de la píldora, así que mi plan no fallaría. Con solo pensar en la diarrea olímpica que tendría más tarde, me sentía satisfecha.
Guardé todo en la bolsita y me fui tarareando y casi que saltando hacia su apartamento. Al llegar, avancé por el pasillo mientras seguía tarareando una canción de un anuncio, toqué la puerta de su casa y…
Mis ánimos se me fueron al culo.
Adrik, alias Driki, alias Mi Aflicción Personal, fue quien me abrió. Fue verlo y notar como si me hubieran dado un pu?etazo en el estómago y me hubiera quedado sin aire. K.O. Fatality. Porque no, él no podía conformarse con tan solo ser guapo, nooo, él tenía que ser tortuosamente atractivo. Qué maldición.
Además, el muy idiota solo llevaba puestos unos pantalones de gimnasio. Por un instante me quedé mirando su pecho desnudo, luego su cabello salvaje y tan despeinado que parecía haberse despertado de una larga siesta. En la mano sostenía una barrita de chocolate que debía de llevar unos minutos comiendo.
Me miró mientras masticaba lentamente, con los ojos medio entornados, fríos e indiferentes. Sostuve con mayor fuerza la bolsa con las medicinas. Quise tragar saliva, pero no lo hice para que no notara mi inquietud. Adrik era más sensato que sus hermanos, y no me cabía duda de que actuaría con mucha madurez, y yo estaba dispuesta a hacer lo mismo.
Pasaron unos segundos, pensé que no me dejaría pasar, pero finalmente se apartó. Avancé mecánicamente y escuché que cerró la puerta de golpe detrás de mí. Casi me sobresalté.
—Al menos no me has cerrado la puerta en la cara —dije, tratando de bromear por alguna estúpida razón.
?Era muy pronto para hacer bromas?
Sí, pero me había puesto nerviosa.
—Soy consciente de que no vivo solo —contestó con desinterés mientras caminaba hacia la cocina—。 Y estoy seguro de que, si hubiera hecho eso, estarías ahí llamando de nuevo.
?Para qué discutir? Tenía toda la razón. Ese imbécil siempre estaba en lo correcto.
—Perseverancia, le dicen. —Me encogí de hombros.
—Estupidez, se llama en realidad —me corrigió él, imitándome.
Exhalé. De nuevo era el Adrik gélido, cortante y sarcástico de la clase de Literatura, como si nunca hubiera pasado nada entre nosotros. Lo peor era que cuanto más ignoraba ese hecho, más incómodo se volvía todo. Lo bueno era que tenía la impresión de que para él ya era más fácil. Es decir, en ese instante a mí me temblaba hasta el pasado, y él, sin embargo, parecía tan tranquilo. Ese arranque de ira en el club parecía cosa de muchos a?os atrás.
—?Dónde está Aegan? —decidí preguntar—。 Me dijo que le trajera unas cosas.
Adrik se tomó su tiempo para responder. Masticó el último trozo de chocolate, abrió el refrigerador, sacó una cerveza y cerró. Seguí cada movimiento con mucha paciencia, a pesar de que sabía que lo hacía a propósito.