The Seven Year Slip(10)
Papá dijo:
—?Es esa la mazmorra sexual de esa película?
—?FRED! —gritó mamá y luego dijo—: Bueno, esa es una idea…
Mi padre dijo, con un suspiro que pesó tanto como los treinta y cinco a?os de su matrimonio:
—Bien. Puedes poner tu bicicleta estática ahí, pero nos quedaremos con la cama.
Pateé un trozo de basura en la acera.
—Realmente no es necesario.
—Pero queremos hacerlo —respondió papá. No tuve el coraje de admitirle a mi papá que mi hogar ya no era su casa de vinilo azul de dos pisos en Long Island. Hacía tiempo que no lo era. Pero tampoco era el apartamento hacia el que caminaba: cada vez más lento, como si realmente no quisiera ir en absoluto—。 Entonces, ?cómo estuvo tu día, ni?a?
—Bien —respondí rápidamente. Muy rápido—。 De hecho… Creo que Rhonda se jubilará a finales del verano y quiere ascenderme a directora de publicidad.
Mis padres se quedaron sin aliento.
—?Felicidades, cari?o! —lloró mamá—。 ?Oh, estamos muy orgullosos de ti!
—?Y en solo siete a?os! —a?adió papá—。 ?Eso debe ser un récord! ?Me llevó dieciocho a?os ser socio del estudio de arquitectura!
—?Y además llega justo a tiempo para tu trigésimo cumplea?os! —asintió mamá felizmente—。 Oh, vamos a tener que celebrar…
—Aún no tengo el trabajo —reiteré rápidamente, cruzando la calle hacia la cuadra donde estaba el departamento de mi tía—。 Estoy segura de que habrá otras personas en la competencia.
—?Cómo te sientes al respecto? —preguntó papá. ?l siempre podía leerme de esta manera alarmante que mi mamá no podía en absoluto.
Mamá se burló.
—?Cómo crees que se siente, Fred? ?Está extasiada!
—Es solo una pregunta, Martha. Una fácil.
Era una pregunta fácil, ?no? Debería sentirme extasiada, obviamente, pero mi estómago parecía no poder desatarse.
—Creo que estaré más emocionada cuando finalmente termine de mudarme —dije—。 Solo me quedan unas cuantas cajas más por situar.
—Si quieres, podemos ir este fin de semana a ayudar —sugirió mamá—。 Sé que mi hermana probablemente dejó muchos lugares con basura escondida…
—No, no, está bien. Además, voy a trabajar este fin de semana. —Lo cual probablemente no era mentira: encontraría trabajo que hacer este fin de semana—。 De todos modos, ya casi estoy en casa. Hablo con ustedes más tarde. Los amo —agregué, y colgué cuando doblé la esquina y el imponente edificio del Monroe quedó a la vista. Un edificio que albergaba un peque?o departamento que alguna vez perteneció a mi tía.
Y ahora, en contra de mi voluntad, me pertenecía.
Intenté mantenerme al margen el mayor tiempo posible, pero cuando el propietario dijo que el alquiler del apartamento que alquilaba en Greenpoint aumentaría, no tuve muchas opciones: allí estaba el apartamento de mi tía, vacío en medio de la calle. Uno de los edificios más buscados del Upper East Side, me fue legado.
Así que empaqué todas mis cosas en cajas peque?as, vendí mi sofá y me mudé allí.
El Monroe se parecía a cualquier otro edificio de apartamentos centenario de esta ciudad: un esqueleto de ventanas y puertas que había albergado a personas muertas y olvidadas hacía mucho tiempo. Un exterior blanco hueso con molduras detalladas que parecían vagamente de mediados de siglo, leones alados cincelados en los aleros y colocados en la entrada sin orejas ni dientes, y un guardia de aspecto cansado justo dentro de las puertas giratorias. Había estado allí desde que tengo uso de razón, y esta noche estaba sentado en el mostrador de bienvenida, con el sombrero ligeramente torcido, mientras leía la novela más reciente de James Patterson. Levantó la vista cuando entré y su rostro se iluminó.
—?Clementine! —gritó—。 Bienvenida a casa.
—Buenas noches, conde. ?Cómo estás? ?Cómo está el libro?
—Este tipo Patterson nunca falla —respondió alegremente, y me deseó buenas noches mientras me dirigía a los lujosos ascensores. Me dolió un poco el corazón, lo familiar que era todo esto, lo fácil que me sentía como en casa. El Monroe siempre olía a viejo; era la única forma en que podía describirlo. Ni mohoso ni rancio, solo… viejo.
Vivido.
Amado.
El ascensor hizo sonar su llegada al primer piso y entré. Estaba dorado igual que el vestíbulo, de latón que necesitaba un buen pulido, con detalles de flores de lis en el zócalo y un espejo nublado en el techo donde un reflejo cansado y borroso de mí misma me miraba. Cabello casta?o cortado a la altura de los hombros, rizado por la humedad del verano y flequillo despuntado que nunca parecía tener un propósito, sino un trabajo desordenado realizado a las 3:00 a. m. con tijeras de cocina y el corazón roto.