The Seven Year Slip(9)



Me hundí en mi silla, sintiéndome entumecida y un poco fuera de mi alcance, por primera vez en a?os. Retirándose: Rhonda se estaba jubilando.

Y ella quería que yo ocupara su lugar.

Mi pecho se contrajo de pánico.

Unos minutos más tarde, Juliette, una peque?a mujer blanca con cabello rubio trenzado, grandes ojos y lápiz labial rojo cereza, regresó penosamente a su cubículo, con los ojos enrojecidos y sollozando. Se dejó caer en su escritorio.

—Rompimos de nuevo…

Distraídamente, tomé mi caja de pa?uelos de debajo del escritorio y le ofrecí uno.

—Eso es duro, amiga.

Capítulo 3

Hogar dulce hogar

No era que no quisiera tomar mis vacaciones; lo hacía. Cada a?o durante los últimos siete a?os, había tomado esa semana y volado a alguna parte distante del mundo. Yo solo… No quería ser la chica que seguía buscando en los aeropuertos a una mujer con un abrigo azul celeste y una risa fuerte, agitando sus grandes gafas de sol en forma de corazón para que yo la alcanzara.

Porque esa mujer ya no existía.

Y tampoco la chica que la amaba incondicionalmente.

No, sería reemplazada por una mujer que trabajaba hasta tarde los viernes por la noche porque podía, que prefería asistir a funciones laborales que a primeras citas, que tenía un par de medias y desodorante de repuesto en el cajón de su escritorio por si acaso se salía con la suya una noche (no es que lo hubiera hecho todavía)。 Ella siempre era la última en el edificio, cuando incluso las luces con sensor de movimiento pensaban que se había ido a casa, y estaba feliz.

De verdad.

Finalmente cerré la sesión de la computadora del trabajo, me levanté de mi silla y me estiré, la luz fluorescente sobre mí volvió a cobrar vida. Eran alrededor de las 8:30 p. m. Debía irme antes de que los de seguridad comenzaran a hacer sus rondas, porque entonces se lo dirían a Strauss y Rhonda, y Rhonda tenía la política de no trabajar hasta tarde los viernes. Así que agarré mi bolso, me aseguré de que Rhonda tuviera todo en su escritorio para la reunión del lunes por la ma?ana y salí hacia el ascensor.

Pasé por una de las estanterías de la empresa, en las que la gente regala galeras adicionales y copias finales. Novelas, memorias, libros de cocina y guías de viaje. La mayoría ya los había leído, pero uno me llamó la atención.

DESTINO DEL VIAJE: CIUDAD DE NUEVA YORK

Debía ser más reciente, y había una especie de deliciosa ironía en leer una guía de viajes sobre una ciudad en la que vivías. Mi tía solía decir que podías vivir en algún lugar toda tu vida y aun así encontrar cosas que te sorprendieran.

Pensé, por una fracción de segundo, que a mi tía le encantaría un ejemplar, pero cuando lo saqué del estante y lo guardé en mi bolso, la realidad me golpeó de nuevo como un ladrillo en la cabeza.

Pensé en volver a guardarlo, pero sentí tanta vergüenza por olvidar que ella se había ido que rápidamente salí hacia el ascensor. Lo donaría a una librería de segunda mano este fin de semana. El único guardia de seguridad en el frente del edificio levantó la vista de su teléfono mientras yo pasaba corriendo, sin sorprenderse en absoluto de encontrarme trabajando tan tarde.

Caminé hasta la estación de metro y me dirigí al Upper East Side, donde me bajé del tren en mi parada y saqué mi teléfono. A estas alturas ya era un reflejo llamar a mis padres en el camino desde la estación hasta el edificio de apartamentos de mi tía.

Nunca solía hacer esto, pero desde que Analea murió, se convirtió en una especie de consuelo. Además, creo que ayudó mucho a mamá. Analea era su hermana mayor.

Después de dos timbres, mamá respondió con un:

—?Dile a tu padre que es perfectamente aceptable que finalmente traslade mi bicicleta estática a tu antigua habitación!

—No he vivido allí en once a?os, así que está absolutamente bien —dije, esquivando a una pareja que miraba Google Maps en su teléfono.

Mamá gritó, haciéndome hacer una mueca de dolor:

—?MIRA, FRED! ?Te dije que a ella no le importaría!

—?Qué? —exclamó mi papá débilmente al fondo. Lo siguiente que supe fue que estaba contestando el teléfono desde lo que supuse era la cocina—。 ?Pero qué pasa si vuelves a casa, ni?a? ?Qué pasa si lo necesitas de nuevo?

—No lo hará —respondió mamá—, y si lo hace, puede quedarse en el sofá. —Me masajeé el puente de la nariz. Aunque me había mudado desde que tenía dieciocho a?os, papá odiaba los cambios. A mi mamá le encantaba la repetición. Eran una pareja hecha en el cielo—。 ?No es así?

Papá argumentó:

—Pero ?y si…?

Lo interrumpí:

—Puedes convertir mi habitación en lo que quieras. Incluso un cuarto rojo, si quieres.

—?Un cuarto rojo…? —comenzó mamá.

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