The Seven Year Slip(2)
Cosa que, en este caso, lo hice.
La botella de vino de dos dólares de Trader Joe's sabía mejor que esto, pero los deliciosos platos peque?os lo compensaron. Dátiles envueltos en tocino y queso de cabra frito rociados con miel de lavanda y bu?uelos de trucha ahumada que se derriten en la boca. Todo el tiempo sentadas en un peque?o y encantador restaurante con suaves rayos amarillos, las ventanas delanteras se abren para dejar entrar los sonidos de la ciudad, enredaderas de plantas de potos y helechos de hoja perenne que cuelgan de los apliques sobre nosotras, mientras el aire central nos roza los hombros. Las paredes estaban revestidas de caoba y las cabinas eran de cuero flexible que, con aquel calor de principios de junio, me arrancaría la piel de los muslos si no tenía cuidado. El lugar era íntimo, las mesas estaban lo suficientemente separadas como para que no pudiéramos escuchar las conversaciones en voz baja de nadie más en el restaurante por encima del constante murmullo suave de la cocina.
Si un restaurante pudiera ser romántico, yo estaba completamente encantada.
Fiona, Drew y yo nos sentamos en una peque?a mesa en Olive Branch, un restaurante con estrella Michelin en SoHo al que Drew había estado rogando ir durante la última semana. Normalmente no soy de las que dan almuerzos largos, pero era un viernes de verano y, para ser justos, le debía un favor a Fiona, la esposa de Drew, ya que la semana pasada tuve que abandonar una obra de teatro que Drew quería ver. Drew Torres era editora y tenía hambre de encontrar autores únicos y talentosos, por lo que nos arrastró a Fiona y a mí a los conciertos, obras de teatro y lugares más extra?os en los que había estado. Y eso era mucho decir, porque había estado en cuarenta y tres países con mi tía y ella destacaba por encontrar lugares extra?os.
Esto, sin embargo, era muy, muy, agradable.
—Este es oficialmente el almuerzo más elegante al que he asistido —anunció Fiona, metiéndose otro dátil envuelto en tocino en la boca. Era lo único que habíamos pedido hasta el momento que ella podía comer; las raras rodajas de wagyu estaban fuera de discusión para una persona con siete meses de embarazo. Fiona era alta y delgada, con el pelo te?ido de bígaro y la piel blanca pálida. Tenía pecas oscuras en las mejillas y siempre usaba aretes cursis que encontraba en los mercadillos los fines de semana. El sabor de hoy eran serpientes de metal con carteles en la boca que decían MIERDA. Ella era la mejor dise?adora interna de Strauss & Adder.
A su lado estaba sentada Drew, pinchando otra rebanada de wagyu. Era una editora sénior recién nombrada en Strauss & Adder, con cabello negro largo y rizado y piel morena cálida. Siempre se vestía como si estuviera a punto de ir a una excavación en Egipto en 1910, y hoy no era diferente: pantalones color canela flexibles y una camisa blanca planchada con botones y tirantes.
Sentada con ellas, me sentí un poco mal vestida con mi camiseta gratis de Eggverything Café del restaurante favorito de mis padres, jeans de lavado claro y zapatos planos rojos que había tenido desde la universidad, cinta adhesiva en las suelas porque no podía soportar separarme de ellos. Llevaba tres días sin lavarme el cabello y el champú seco no hacía mucho, pero había llegado tarde al trabajo esta ma?ana, así que no había pensado mucho en ello. Yo era publicista sénior en Strauss & Adder, una planificadora perpetua, y de alguna manera no había planeado esta salida en lo más mínimo. Para ser justos, era un viernes de verano y no esperaba que hubiera nadie en la oficina hoy.
—Es realmente elegante aquí —estuve de acuerdo—。 Es mucho mejor que esa lectura de poesía en el Village.
Fiona asintió.
—Aunque disfruté de cómo todas sus bebidas llevaban nombres de poetas muertos.
Hice una mueca.
—Emily Dickinson me dio la peor resaca.
Drew parecía increíblemente orgullosa de sí misma.
—?No es este lugar tan lindo? ?Leíste ese artículo que te envié? ?El de Eater? El autor, James Ashton, es el jefe de cocina aquí. El artículo tiene algunos a?os, pero sigue siendo una lectura excelente.
—?Y quieres que haga un libro con nosotras? —preguntó Fiona—。 ?Para… qué… un libro de cocina?
Drew parecía realmente herida.
—?Por qué me tomas por una plebeya? Absolutamente no. Un libro de cocina sería un desperdicio para alguien que es una maga de las palabras.
Fiona y yo nos miramos con complicidad. Drew había dicho lo mismo sobre la obra que evité por poco la semana pasada cuando me mudé al departamento de mi difunta tía en el Upper East Side. Fiona me dijo el sábado, mientras metía un tocadiscos en el ascensor, que nunca volvería a nadar en el océano.
Dicho esto, Drew tenía un ojo fantástico para lo que una persona podía escribir, no para lo que ya tenía. Ella era brillante ante las posibilidades. Prosperaba con ellas.
Eso fue lo que la convirtió en una especie de potencia única. Ella siempre acogió a los desvalidos y siempre los ayudó a florecer.
—?Qué es esa mirada? —preguntó Drew, mirándonos fijamente a las dos—。 Mis instintos estaban en lo cierto sobre ese músico que vimos en Governors Island el mes pasado.