The Seven Year Slip(87)



Nunca la volvería a ver.

Nunca iba a volver.

Mientras lloraba apoyada en el hombro de Vera, sentí como si de repente se hubiera derrumbado un muro y todo mi dolor y tristeza reprimidos se hubieran desvanecido como un dique roto. Al cabo de un rato, nos separamos y ella tomó una caja de pa?uelos y se secó los ojos.

—?Qué pasó con el apartamento? —preguntó.

—Me lo dio en su testamento —respondí, agarré unos pa?uelos y me limpié la cara. La tenía en carne viva e hinchada.

Asintió con la cabeza, un poco aliviada.

—Oh, bien. ?Sabes que era mío antes de que ella lo comprara? Bueno, no era mío, solo se la alquilé a un viejo estirado que me cobró de más. Murió, así que tuve que mudarme y su familia se lo vendió a tu tía. Creo que nunca supieron lo que hacía.

Eso me sorprendió.

—?No lo hicieron?

—No, nunca vivieron allí, pero los inquilinos lo sabían. El hombre del que tomé el contrato me advirtió. Se había dado cuenta por las malas. Creyó que otra persona tenía la llave del piso y entraba a reordenar sus cosas. Solo cuando supo su nombre se dio cuenta de que la mujer que seguía entrando había fallecido hacía casi cinco a?os. —Sacudió la cabeza, pero sonreía al recordarlo—。 ?Casi no le creí hasta que me pasó a mí y conocí a tu tía!

No se parecía mucho a la Vera de las historias de mi tía. Esta Vera estaba más arreglada, llevaba un collar de perlas y tenía un aspecto tan impecable como su apartamento, decorado con sencillez. Y si las peque?as cosas eran diferentes, quizá parte de la historia de mi tía también lo fuera.

—?Por qué no funcionaron las cosas? —pregunté, y ella se encogió de hombros.

—No puedo decírtelo. Creo que siempre tuvo un poco de miedo de que algo bueno llegara a su fin, y oh, nosotras éramos algo bueno —dijo con una sonrisa secreta, sus pulgares rozando el sello de lacre en el reverso de su carta—。 Nunca quise a nadie como quise a Annie. Nos manteníamos en contacto por carta, a veces cada dos meses, a veces cada dos a?os, y hablábamos de nuestras vidas. No estoy segura de que alguna vez se arrepintiera de haberme dejado marchar, pero ojalá hubiera luchado un poco más por nosotras.

—Sé que lo pensó —respondí, recordando la noche en que mi tía me contó toda la historia, la forma en que había llorado en la mesa de la cocina—。 Siempre deseó que hubiera acabado de otra manera, pero creo que tenía miedo porque… el apartamento, ya sabes. Cómo se conocieron.

Su boca se torció en una sonrisa tímida.

—Tenía tanto miedo al cambio. Temía que nos distanciáramos. No quería estropearlo, así que hizo lo que mejor sabía hacer: conservarlo para ella. Esos sentimientos, ese momento. Estuve muy enfadada con ella —admitió—, durante a?os. Durante a?os estuve enfadada. Y luego dejé de estarlo. Así era ella, y era una parte de ella que amaba con el resto de su ser. Así era como sabía vivir, y no todo era malo. También era bueno. Los recuerdos son buenos.

Dudé, porque ?cómo iban a ser buenos cuando nos dejó? ?Cuando el último sabor en nuestras bocas fueron gotas de limón?

—Incluso después de…

Vera me cogió la mano y la apretó con fuerza.

—Los recuerdos son buenos —repitió.

Me mordí el labio inferior para que no me temblara y asentí, secándome los ojos con el dorso de la mano. El café que había traído ya estaba frío y ninguna de las dos lo habíamos tocado.

Mi teléfono zumbó, y estaba segura de que eran Drew y Fiona preguntando si me encontraba bien. Probablemente tenía que volver con ellas, así que abracé a Vera y le di las gracias por hablar conmigo sobre mi tía.

—Puedes volver cuando quieras. Tengo historias para días enteros —dijo, y me acompa?ó de vuelta a la puerta. Ahora que la cabeza no me daba vueltas, me fijé en los cuadros del pasillo.

Vera aparecía en casi todas ellas, de pie junto a dos ni?os de distintas edades: un ni?o y una ni?a, ambos con la cabeza llena de pelo casta?o. A veces eran ni?os peque?os. A veces eran adolescentes. La pesca en el lago, la graduación de la escuela primaria, los dos ni?os sentados en las rodillas de un anciano sonriente. Los dos se parecían mucho a Vera, y me di cuenta de que debían de ser sus hijos. No había otra persona en las fotos, solo ellos tres. Y no podía dejar de mirar al ni?o, con sus hoyuelos y sus ojos pálidos.

—Mi hija menor nos llamaba los Tres Mosqueteros cuando era peque?a —dijo cuando me sorprendió mirando el collage de fotos, y sentí como si la oyera a través de un túnel, y se?aló una foto de una hermosa joven vestida de novia junto a un sonriente hombre moreno—。 Esa es Lily —dijo, y luego se?aló la foto de un rostro que yo conocía demasiado bien.

Un hombre joven con una sonrisa torcida y ojos pálidos y brillantes y pelo casta?o rizado, con un delantal de cocinero floreado mientras cocinaba algo en un fogón bien cuidado. Estaba de pie junto a un anciano más bajo, con la espalda encorvada, que llevaba un delantal de cocinero similar en el que se leía: NO SOY VIEJO, ESTOY BIEN SAZONADO, sus ojos del mismo gris pálido brillante. Me quedé mirando la foto con un asombro agridulce.

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